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Ocean Vuong, escritor: “Soy producto del Estado de bienestar que está siendo destruido”

Ocean Vuong, escritor: “Soy producto del Estado de bienestar que está siendo destruido”

Había publicado varios poemarios y recibido prestigiosos premios como el T. S. Eliot, pero fue en 2019, con su primera obra en prosa, En la Tierra somos fugazmente grandiosos (Anagrama), cuando Ocean Vuong (Saigón, 36 años) sacudió, con su delicada y cruda historia, sutil, conmovedora y sin tapujos, las mesas de novedades. Ganador de la beca MacArthur (la llamada “beca de los genios”) ese mismo año, el escritor de origen vietnamita que llegó a Estados Unidos tras pasar por un campo de refugiados, cuya madre era analfabeta y trabajaba en un salón de manicura, y que hoy imparte clases en la New York University, regresa este otoño a la mesa de novedades con El emperador de Alegría (Anagrama).

Vuong vuelve a descubrir en estas páginas la ternura, la humanidad, el humor y los momentos imprevisibles de felicidad en esas vidas que transcurren en los márgenes de la sociedad, o en las cocinas de un restaurante de comida rápida: habla del vacío existencial que traspasa el paisaje, de amistades inusitadas que sacan al protagonista del atolladero, de demencia, deseo, drogadicción, de sueños y duras realidades donde, sin embargo, hay espacio para la conexión humana. La trama transcurre en Alegría, un pueblo inventado de Massachusetts, y desde ese mismo Estado, donde Vuong creció y hoy vive con su pareja, responde a esta entrevista por videoconferencia. Vuong elude encender la cámara, pero es un gran conversador que no duda en alertar sobre la alienación tecnológica y la distancia infranqueable y oscura en la que hoy nos vemos sumidos.

Pregunta. ¿Cómo arrancó con este libro?

Respuesta. Quería escribir sobre el fracaso del sueño americano. Las novelas que tratan esto lo presentan como algo traumático, sin la dignidad que yo he visto en la clase trabajadora. Pero la gente vive, y no tiene por qué reventar en pedazos para que la historia de una novela sea potente o valiosa.

P. ¿Cómo encaja El emperador de Alegría en su trayectoria?

R. Mi primer libro era la carta de un hijo a su madre. Ese personaje protagonista, Perro Pequeño, quiere ser escritor, y me pregunté: ¿cómo sería su novela? Algunos de mis héroes literarios, como James Baldwin o Marguerite Duras, vuelven sobre los mismos temas una y otra vez. Yo también quería regresar al mismo terreno con materiales y contextos distintos, y reescribir esas ideas con otro tono. En esto me inspiró Hayao Miyazaki. Él creó una estética suave y encantadora para escribir de las cosas más horribles: la guerra, el desastre ecológico, el hambre, la violencia.

Una novela puede abarcar un poema, pero no a la inversa"

P. ¿Reivindica la importancia de la poesía en la prosa?

R. Una novela puede abarcar un poema, pero no a la inversa. Me interesa la distinción que hace Aristóteles entre mímesis y poiesis. En EE UU estamos realmente atascados con el realismo. Henry James nos metió en problemas cuando dijo que la mejor ficción es indiscernible de la vida. No me fío de esto. La descripción es autobiográfica, es historia, tiene velocidad, violencia. Antes de que sepas de qué va la historia te das cuenta de que hay un punto de vista. Me interesa convertir cada frase en un lugar de transformación y alteridad, un lugar desde el que ver el mundo de forma diferente.

P. ¿Le preocupan las críticas?

R. No. Era budista antes de ser escritor.

P. ¿Y cómo afecta esto a su trabajo?

R. Empecé a los 15 con el budismo y a los 19 con la escritura seriamente. Lo primero que aprendes en el budismo es que el yo no es real, es una especie de alucinación. No me interesa el legado, ni la fama. Cuando me conceden un premio o una beca, me siento y medito y mando las bendiciones de vuelta a mi familia que me ayudó, a mis mayores, a mis ancestros, a mis profesores. Solo hay un nombre en la cubierta de un libro, pero hay un ejército de gente que hace posible que ese autor esté ahí. Sería bastante falso creer en tus logros.

El escritor Ocean Vuong.
El escritor Ocean Vuong, en 2020.

P. La comunidad que sostiene al individuo es uno de los temas que aborda en su libro.

R. Melville y Moby Dick me fascinan. Hay un grupo multirracial de trabajadores que tratan de iluminar el mundo libre y caen en una búsqueda autodestructiva plagada de hambre, beneficios, avaricia, significado existencial. De alguna manera seguimos en eso. Al situar la novela en un restaurante de comida rápida, quería que ese lugar fuera como un personaje: ese machaque diario de la gente se convierte en un acto colectivo.

P. En la novela parodia los retiros y los programas de escritura creativa.

R. El lugar que se menciona es en la vida real Bennington College, esa especie de laboratorio de fantasía. Cuando lo visitas y conoces a algunos que estudiaron ahí te das cuenta de que lo que nadie dice es que son todos ricos. Yo llegué a ser escritor gracias a un fracaso. Me apunté a una escuela de negocios pero me salí. Sentía tanto bochorno de volver a casa con las manos vacías que me quedé en Nueva York. Empecé a ir a bares a leer mis poemas y de repente alguien me dijo que por qué no estudiaba literatura. La vergüenza fue un motor.

No me preocupan las críticas. Era budista antes de ser escritor"

P. ¿Cómo se siente al echar la vista atrás?

R. Pienso que fue un milagro. Hubo suerte, trabajo duro, y también compasión. Yo soy producto del Estado de bienestar que está siendo destruido. Soy producto de la vivienda social, del transporte público, de las becas, de las ayudas para tener calefacción, de los cupones de comida, de la iglesia que pillaba cerca de casa y que nos daban pan gratis y otros alimentos para llevarnos a casa si escuchábamos el sermón. Soy la antítesis de lo que el EE UU conservador valora. No creo que estuviera aquí si no hubiera crecido en un Estado demócrata con altos impuestos que permitieron crear una red de la que yo me beneficié.

P. Sitúa El emperador de Alegría durante el gobierno de Obama. ¿Por qué?

R. En 2008-2009 es cuando empecé a tener conciencia política. Creí en todo lo que Obama dijo en campaña, pero cuando llegó a la Casa Blanca le oías decir que había que rescatar a estas grandes corporaciones porque no podíamos dejarlas caer. Nadie rescataba a mis amigos, nadie rescataba a mi comunidad. Siguió con las guerras. Tanto Trump como Obama están demasiado a la derecha. No sabemos lo que es un gobierno de izquierda en EE UU.

P. ¿Cómo entiende el ascenso de Trump?

R. Si eres una persona pobre trabajando y votaste por Obama y su gobierno rescata a las empresas grandes, ves que la política no se hace para ti. Así que Trump llega y barre, y con la propaganda les pone de su parte. Es un poeta con esa frase seductora, “volver a hacer grande América”, lo suficientemente vaga para abarcar cualquier subjetividad. Lo que dice realmente es “voy a restaurar tu infancia”, un tiempo anterior a perder a sus abuelos, a ser despedidos, a que te rompieran el corazón, antes de que te dieras cuenta de que eres pobre, antes de sentir vergüenza por ser quien eres, de sentirte humillado en tu lugar de trabajo. Si un millonario viene a tu pueblo perdido y te dice que te va a devolver tu infancia el mensaje es muy seductor.

P. Frente a la polarización, su libro habla de los puentes de humanidad que se establecen entre la gente.

R. Es como yo entiendo la vida. El trabajo es comunidad, porque si estás codo con codo es muy difícil odiar a tus compañeros, aunque haya diferencias ideológicas. Cuando trabajé en granjas de tabaco o restaurantes había televangelistas o cristianos que pensaban que gente como yo debía arder en el infierno, pero después de meses trabajando juntos, de repente, eso empezó a borrarse. Aflora el ser humano. En la era digital hemos vuelto la crueldad algo normal. Hoy puedes trabajar y socializar sin dejar tu cuarto. Es otro tipo de alienación. Hemos pasado de ser una fuerza laboral a ser un bien de consumo. No veo una rebelión desde el sofá con la gente diciendo basta ya, como lo hicieron los trabajadores en las fábricas en el siglo XIX.

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